
Eran cicatrices rojas a lo largo de todo mi brazo, eran cadenas que escondían en ellas todo el sufrimiento que tenia dentro. Estaban todavía calientes, como si me estuviesen quemando y hasta parecieran disfrutarlo.
Sentí por un momento como mi mente se transportaba a ese día, esa noche donde quise ser feliz. Lloraba tan desesperadamente y veía caer la fuente del dolor gota por gota.
Me perdí unos segundos mirando mis brazo, tocando con los dedos esas marcas de guerras pasadas y suspiré. Miré hacia adelante y solo veía a el héroe de mis cenizas, el guerrero más fuerte a los cuales mis brazos no han de alcanzar. Mi cuerpo temblaba, y un pequeño escalofrío se adueñó de mi, las cadenas de mis manos se soltaron y mi corazón volvió a gritar con fuerza. El me devolvió la vida aquella vez, y le sonreí como pude; nunca lo supo pero me salvó. Me salvó de los recuerdos y de la desgracia que insensiblemente me tomaba cada vez más.
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