lunes, 31 de diciembre de 2012

Me enamoré de la muerte, la bella muerte.

Tan dañado, tan lastimado. No sabe qué hacer, se mira al espejo y siente que nunca será suficiente para nadie. Está asustado, se burlan de él y es que no hay explicación. 
Llega a su casa, se encierra en su habitación y se envuelve en sabanas y sabanas de plena oscuridad; sólo encuentra alivio en ella.
  > Algodón,
es la clase de chica que siempre está a tu lado sin importarle nada, es quién con una mirada puede hacerte sentir la persona más afortunada del mundo. Es tan frágil como el cristal más fino, es pura y hermosa como la nieve y tan caprichosa como el amor; he dicho. <

Llegó con lágrimas en sus ojos, y una rabia interna tan grande que se le hacía difícil respirar. Quería hablar con ella, quería que lo haga sonreír como siempre lo hacía, pero esta vez no fue así. Ella no apareció en todo el día.
 A la mañana siguiente, ya un poco más calmado, llamó su nombre, pero no contestaba. Más de 3O intentos fallidos después, más de escuchar el mismo silencio una y otra vez, más de todo, se sintió increíblemente solo.
 "¿Por qué algodón no me contesta? Ella sabe cuanto la necesito y sin embargo me ignora ¿Por qué? "
               
                          Todo lo bueno que tienes siempre te abandona.

Después de una semana, no sabía que hacer. La extraña, quiere verla, hablarle; saber como está y qué le está pasando. Intenta llamarla otra vez, pero ahora con un nudo en la garganta. 

Esta vez alguien contesta del otro lado:
 Una voz grave, pero no tanto, le pregunta quién es y, él tiembla.
 —
Yo ... yo soy un amigo de Algodón ¿Está ella bien? ¿Podría hablar con ella?
 —No te preocupes más por ella. Está bien conmigo ¿De acuerdo? Es tarde, mejor vete a dormir, pequeño —Contestó, aguantando la risa estúpida y aunque no lo vea, lo sabia—

  El padre es imbécil  no la conoce para nada. Siempre lo odié por todo lo que le había hecho, por todo lo que ella me contó, lo odio tanto, pero no podía decir nada. Yo solo quería hablarle y esta era una oportunidad " —
pensó—

—Quiero hablar con ella, si no le molesta —
dije secamenteY luego de un gran silencio, comenzaron a escucharse ruidos del otro lado de la línea, nada seguro, pero parecía una discusión. Cuando por fin escuchó la voz de Algodón.

Martín! Martín! Hola Martín! ¿Cómo has estado?
Cómo he estado ...? ¿Eres estúpida? ¿Qué te está pasando a ti? ¿Por qué me ignoras?  Trató de disimular el llanto, pero su voz salía cada vez peor ¿Acaso me odias? ¿Por qué?
—Martín —Dijo casi con ternura No es momento, lo siento. Mañana iré a verte, por favor, espérame. 

Cada vez entendía menos, pero lo alegraba escuchar su voz.

Al día siguiente, volviendo a su casa ansioso por ella, logró percibir esa tan gastada melodía en su cabeza. Al caminar un poco más, entendió. Miró hacia atrás, aún un poco tembloroso, y todas sus sospechas fueron ciertas, lo estaban siguiendo.
                                                         Volvieron.

Los creadores de los peores recuerdos de Martín, habrían vuelto con la intención de divertirse.
  
— ¡No, no, no, no, no, no! ¡¿Por qué ahora?!¡ ¿Por qué hoy?!—  —Dijo gritando al aire Y salió corriendo. 
Al poco tiempo, sus pulmones le impidieron violentamente continuar, sus heridas que aún no habrían podido sanar, ardían. 
—¡Tengo que ver a Algodón!  —Gritó

Tomó aire y mantuvo el impulso, pero cayó al suelo. No podía moverse más. 
 Martín sollozaba, cerró fuerte los ojos, derramado las últimas lágrimas y esperó a por ellos. 
                                                           Pero no.
Después de unos segundos, abrió los ojos y no pudo creer lo que estaba viendo:
 Era algodón. Sonriendo tontamente, con un corto vestido de color negro, y con un listón rojo en el pelo, mirándolo sin decir nada.                            Simple, así era ella.
 Dio un chasquido y Martín pudo levantarse otra vez. 
Martín miro hacia atrás, agitado. Y vio a solo unos metros todos los chicos que lo estaba persiguiendo, paralizados por el tiempo. Acto seguido miro fijamente a Algodón que le sonreía todavía y la abrazó. Ella lo besó en los labios, un beso largo, y Martín cayó arrodillado a los pies de Algodón. Ella se paró firme, y sus alas desplegaron al viento. Hermosas alas negras de demonio.
Parpadeó, y en el mismo segundo en el que abrió los ojos; la cabeza de todos esos chicos explotaron instantáneamente que parecían muñecos maquinizados.
Martín aterrorizado, se abrazó a los pies de Algodón y le gritó que parara; pero era tarde.
—Lo siento—  Dijo ella
 Se arrodilló también y le dijo que nunca más volverían a verse pero que todo estarían bien. Posó sus fríos dedos en sus ojos que aún lloraban y besó su frente. 
Él, todavía inmóvil, rompió en llanto. Horas después, caminó hasta su casa, subió las escaleras y al llegar a su habitación, sin poder cerrar la puerta, se desplomó en el suelo.

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