Frente al espejo veo mi cuerpo pero lo único que logro distinguir, lo único que logro ver son cicatrices y marcas; miles de recuerdos invaden mi mente. Sonrío como siempre pero esta vez al verme, vi en mis ojos la imagen de una niña asustada de sí misma, fingiendo, fingiendo con fuerza una sonrisa. No pude evitar llorar, pues esa niña era yo hace no muchos años.
Pedí ayuda, juro que lo hice pero aún así nada sucedió. Las lagrimas siguieron fluyendo. Mi cuerpo empezó a temblar. Mi cabeza dolía casi excesivamente para la hora que era.
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Entré en la ducha, cerré la cortina y abrí la canilla. El agua inundó mi boca aunque tiempo después todo salió afuera con fuerza. Seguí haciendo lo mismo durante unos minutos hasta que al abrir los ojos vi el piso lleno de sangre. Me había excedido, había destruido mi garganta. Pero en mi mente no era suficiente. Seguí vomitando. Seguí llorando; y obviamente, sangrando.
No era suficiente! No, no lo era!
Mis rodillas fueron directo al piso, casi no podía moverme. Un sentimiento casi incontrolable de furia me invadió. Comencé a golpear mis piernas, mis brazos, mi estómago; Escupí sangre y levanté la cabeza. Y la vi, allí estaba ella, donde la había dejado la última vez. Atrás del shampoo verde que ya nadie usa, debajo del espejo de mano. El hermoso filo del cual solo yo en la casa sabía.
Estiré mi brazo como pude y lo agarré. Lo mantuve girando entre mis dedos unos segundos hasta que lo apoyé en ligeramente en mi garganta. Me paralicé.
La cordura llegó a mi como un disparo. Solté el filo, me paré asustada. El piso estaba completamente lleno de sangre, mi sangre. Dejé que el agua limpiara todo, y salí de ese lugar. Mi cuerpo se tambaleaba para todos lados, estaba aterrada. Llegué como pude a mi habitación, me desplomé en el piso y allí permanecí mientras agonizaba de dolor.
Nunca podré contarle esto a nadie -pensé
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