lunes, 11 de febrero de 2013

atelophobia

-"Vos no entendés nada sobre la vida; nunca vas a ser feliz de ésta manera. Necesitas un cambio, necesitas ser más cómo ella, ser perfecta."
Me dijo mientras señalaba el retrato de su hija, colgado en la pared; todavía penetrándome con la mirada .

El silencio tomó más que presencia, prácticamente se apoderó del momento; y de pronto, casi cómo por arte de magia, sonó su teléfono. Fue la salvación representada en forma de un tono gastado, de esos que te vienen en el propio aparato y qué ya nadie usa. Entonces me pidió permiso y salió de la sala en busca de más silencio, lo cual podría ser imposible, pero igual lo hizo. Apenas estuve sola, empecé a rascarme la cabeza con fuerza, nunca había sentido tanta presión cómo en esos últimos 17 minutos, sí, exactamente 17. Al abrir los ojos nuevamente, no podía distraer la mirada en otra cosa que no fuese ese cuadro.

En él había una joven (digo joven, cuando hasta podría ser más grande que yo; como de unos 25 años tal vez) con una especie de vestido floreado largo. Tenía el cabello rubio con apenas ligeras ondas en él, piernas delgadas, aún conservando su forma. Una cintura realmente envidiable para cualquier mujer de esa edad, y una cara casi angelical. Era muchísimo más hermosa que cualquier otra mujer que haya visto antes, y de más femenina, debo decir. Si, era realmente perfecta.
Cuando terminé de inspeccionar aquel cuadro, volvió a la habitación de un golpe y maldiciendo, la tercer mujer de mi padre, Soledad. Me dijo que se trataba de su hermano, qué habría tenido problemas en encargue para ella, y yo asentí, cómo si de verdad me importara o entendiera algo.

-¿En dónde me quedé? -dijo, volviéndose a sentar en el sillón y dispuesta a seguir matándome a presión .

-Lo siento pero ya tengo que irme, me ha surgido algo importante -repliqué . . Y sin dar muchas explicaciones, tomé un taxi y salí de allí.
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Así que así, así se ve a perfección -pensé- nunca podré ser como ella .
Y al llegar a casa fui directamente a mi habitación, y de allí hacia el espejo entero del vestidor.
Ojeras del tamaño de platos, remeras largas y anchas que le entrarían hasta a un hipopótamo, pantalones gastados del año pasado y zapatillas ganadas en algún cumpleaños. Cabello despeinado, y labios rotos, un poco excedida de peso, podría agregar.
Apagué la luz, me desvestí completamente y tapé el espejo con una gran frazada para no tener que verlo nunca más. Me acurruqué contra la puerta, y cerré los ojos hasta quedarme profundamente dormida.
Me despertó a eso de las 8 am, el ruidito insoportable del timbre; con la cara empapada de lágrimas, fui a abrir la puerta. Era Emiliano, mi novio hace más de año, y aunque él no lo sabía, el amor de mi vida a la vez. Cuando apenas me vio, me abrazó y me llevó adelante con el cuerpo, cerró la puerta con el pie y me besó la cara hasta secar cada una de mis lágrimas. Me levantó con lo brazos, y me llevó hasta mi habitación, me vistió con lo primero que encontró y me acostó en la cama. Me acarició el pelo y cada vez que brotaban lagrimas de mis ojos, el las besaba sin dejarlas crecer. Así pasamos la tarde entera, hasta que me dijo que tenía que irse. Lo tomé por el brazo y le dije en voz baja -Por favor, quédate. Los recuerdos volvieron por mi . 
- Eres perfecta para mi, cariño. 
Me dio un beso en la frente y se fue.

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