miércoles, 19 de junio de 2013

My.

Todos los días eran iguales. Una rutina desgastante y poco creativa, como yo en ese momento quizá. No entendía muy bien lo que hacía, pero lo odiaba. 

Estaba sentada al borde de un acantilado con la mirada fija al mar. Sin moverme y sin hablar. Así pasaba mis días, esperando una gran briza, una esperanza, un final.

    Después de tanto tiempo, estaba lista para enfrentar lo que sea; pero entonces te conocí.

Posaste tus ojos en mí, te sonreí y me abrazaste. Creo que fue en ese momento dónde volví a vivir realmente. Fue una cuestión de segundos, pero, aunque hubiesen sido años, me enamoraría una y miles de veces más. 

 Los dos abrazándonos cada vez más fuerte frente los recuerdos que creí eternos.


 Un hermoso sonido tronó por toda la costa. El suelo que nos sostenía comenzó a desmoronarse de a poco. Tomaste mi mano frenético y sin entender mucho, comenzaste a correr.

Tarde. 

Las rocas se disolvieron justo debajo de mí. Solté bruscamente nuestros cuerpos y te di el adiós. "Nos veremos algún día" y cerré los ojos. El viento era frío. El tiempo rápido. >>¿Era esto lo que quería? << 
   Al echar el último vistazo hacía el cielo logré ver una borrosa  silueta. De a momentos blanca, de a otras azul.
>>¿Por qué ahora?<< 

La muerte largó una carcajada. 




 -¿Qué pasa? ¿Por qué sigo viva?-

 El dolor hizo que abriera los ojos. Acostada sobre unas hojas secas en el corazón el bosque. Vos abrazándome sobre el pecho, humedeciendo mi ropa con tus bellísimas 
lágrimas. Tus abrazo era tan doloroso. Lo recuerdo perfectamente.

                  >> ¡¿Por qué hiciste eso?! ¿¡Sabes cuán asustado estaba << 

             Me gritaste.

 Acaricié tu cabello entonces y prometí siempre cuidarte. 










— Qué hermosas alas tenés .

 Susurré.

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